Lorena González
El Nacional, 16 de diciembre 2014
En la voracidad de nuestro presente, varios episodios son ensombrecidos por el desconcierto que embadurna y aprisiona un alto porcentaje de las zonas que evolucionan en nuestro contexto. Así, los últimos tiempos han dictaminado una sensación continua de pérdidas, un agobio indescifrable, una desorientación constante que borra y tacha los esfuerzos, los avances, los pasos que se despegan para reconstruir una mirada distinta en torno a algún tema particular.
Todo parece “pasar bajo la mesa” luego de un pequeño y efímero despunte. Al instante siguiente de ese leve surgimiento, se levanta lo urgente con toda su larga cadena de barbarismos y garrotazos, unido a las alteraciones salvajes de una civilidad descompuesta, de un estado social herido y amenazado por un riesgo permanente. No obstante, algunos cortes asientan un alto en el camino, dejan entrever sus pliegues y acompasan sus narrativas con las rítmicas consonancias de un alma que se vislumbra diferente. Es ahora más que nunca tarea de todos, el estar atentos a esas vías inéditas, observar como el tiempo de pronto expande la generosidad de un arte que dice algo sobre nosotros mismos.
En esta delicada brecha ha resaltado en los últimos meses la obra de la artista Isabel Cisneros. Dos episodios conforman el sumario de esta argumentación. El primero de ellos es la muestra que bajo el nombre Pliegues inauguró a comienzos del mes de noviembre en la galería Espacio 5 de la ciudad de Valencia, un lugar novedoso para la expansión del arte contemporáneo que ya comienza a asentar sus precedentes. En la exhibición curada por Marisela Chivico, la artista recopila una gran cantidad de intervenciones, recomponiendo una matriz de volúmenes diversos que la han caracterizado como una excelente activadora de las relaciones entre la materia y el espacio.
Sin embargo, en esta ocasión la obra de Cisneros comienza a siluetearse en otras cadencias, dibujando sus alcances varios pasos más allá de ese perfil extraordinario con el que se desprendió de la disciplina cerámica para convertirla en una entidad “otra” dentro de la expresión artística. Ahora, los materiales han trascendido su propia condición, superando la serialización estética para convertirse en verdaderas centrales generadoras de sentido: algodón, cierres, materiales de desecho, arcilla, organza, cemento, alambre, nylon, cuero… locuciones solitarias y potentes de una multiplicación ávida en cuyas poéticas se encierra el delicado verbo del vértigo; transformaciones de un contexto en ruinas que la rodea y que apertura en su obra las variaciones plásticas de la metáfora. En las piezas recientes de esta artista comienza a leerse con mucha fuerza ese reflejo lúdico-decadente del afuera cercano a la orgánica humanidad que manifestaron aquellos artistas del Povera italiano como Pino Pascalli y sus famosos gusanos de cerdas a finales de los años sesenta (Bachi da Setola).
La ironía se ha vuelto un elemento más dentro de la obra de Cisneros, tal y como lo acentúa el segundo episodio con el que ha destacado este año: la pieza Caída libre, merecedora del premio Braulio Salazar en la reciente edición del Salón Michelena. En este delicado engranaje de billetes y monedas inservibles, Cisneros hace estallar las últimas transfiguraciones económicas de nuestro país denotando no sólo el levantamiento de un caos inigualable, sino también las sombrías narraciones que cercenan y ahogan la vida actual del venezolano.